jueves, septiembre 28, 2006

¿Es usted moderno o un gañán?

La presión por ser moderno alcanza últimamente niveles escandalosos. Como todo el mundo quiere estar a la vanguardia es difícil diferenciar entre los que son modernos y los que sólo intentan ser modernos, pobres desgraciados. El sabor del cerdo agridulce está dispuesto a ayudaros (y desengañaros si fuera o fuese necesario).

Por ejemplo, antes tú veías a un tío con los pantalones bajos y al que se le veían los calzoncillos y decías: “Anda, si es Cantinflas; ¿qué hará aquí el insigne actor mexicano?”. Pero empezó a ser moderno que se vieran los calzoncillos o las bragas o las tiras de los tangas y entonces que se te viera la ropa interior era moderno, sobre todo si era Calvin Klein. Fáciles de identificar: se parecen a Cantiflas = modernos.

Chicas modernas, aunque no se parezcan a Cantinflas.

Como ahora todos los pantalones, sobre todo los de las chicas, son de talle bajo –suponiendo que se diga así-, ya es difícil saber quién es modernoso o quién no. Todos somos Cantinflas.

Así que dirigimos nuestra vista hacia el iPod. Sí, el que tenía un iPod era ultramoderno; el que no, un pringao acomodado en el siglo XIX. Pero ahora todo el mundo tiene un iPod (por favor, si no lo tienes no lo escribas en los comentarios). ¿Y dónde se refugian ahora los modernos? Uno pensaría que en alguna otra moda absurda, como por ejemplo, qué sé yo, ponerse primero los zapatos y luego los calcetines. Algo así. Pues no. Los modernos han sido más astutos y se han refugiado en los propios iPod. Sólo que ellos no dicen iPod, sino Aipod. Porque son modernos y saben inglés. Aquí está el motrollo. Amigo lector, ¿dices Aipod? Pues eres un moderno y me estoy pensando expulsarte de este blog cateto.

¡Pero es que se pronuncia Aipod!, diréis. Bueno, sí, pero es que no es una cuestión de pronunciación, sino de marcar distancias: “Yo soy cool (cul) y digo Aipod y tú eres un gañán (gueiñan) y dices iPod”. Porque si fuera por pureza también dirían Aimac en vez de iMac, dirían Aituns –o incluso Aitiuns- en vez de iTuns o iTunes, que es como lo decimos los castizos. Y no lo hacen; se conoce que no han llegado a esa lección del Follow me (Folou mi). Es sólo que tienen una especie de obsesión por establecer la diferencia:

-¿De cuánto es tu Aipod?

-¿Mi qué? Ah, mi iPod. De 4.

-Mi Aipod es de 20.

No hay comentarios ni explicaciones de por qué cada uno lo dice así; es como si fingieran no darse por enterados; el gañán piensa que el moderno es un snob; el moderno piensa que el gañán es un gañán. El moderno dice la opción correcta a pesar de que eso le hace incomprensible para el resto, por fardar. Le mola que la gente piense que sabe inglés y está a la última, aunque generalmente vaya acompañado por el pensamiento de que es un patán.

Hace años, cuando llegué a la agencia donde trabajo actualmente, me fascinaba que muchos hablaran del Arkaiv para referirse al Archive (o Archiv). Y alucinaba pepinillos cuando me ponían como ejemplos las campañas de Liváis. ¿Liváis? Pues sí: el Levi’s de toda la vida. Será que soy de pueblo, no puedo negarlo, pero me pongo en guardia, por mucho que tengan razón, ante los que dicen Gambó en vez de Rimbaud, Decart en vez de Descartes, y me fastidia que de pronto Tom Cruis sea Tom Crus. Supongo que con los mismos motivos que cuando nuestros abuelos fruncían el ceño al oírnos hablar de Yon Güein al referirnos a Jon Bayne. El Duque, vamos.

Mauro Entrialgo, ese genio sideral que debería estudiarse en las escuelas, tenía una historia en la que decía que para hablar bien y no ser objeto de cachondeo había que equivocarse a medias. Que si te equivocabas del todo y pedías en un bar un Güite Label todo el mundo pensaría que eres un paleto. Pero si lo pronunciabas bien y decías Guait Leibol todo el mundo pensaría que eras un snob. Así que había que decirlo bien a medias: Guait Label. Los modernos dirán Güite Leibol, supongo, por joder y por ser distintos. En cualquier caso mi consejo es que pidáis Dyc. O un Chivas. Que supongo que se pronunciará Chaivas.

miércoles, septiembre 27, 2006

Chiste de publicitarios

Hay un viejo chiste sobre la profesión que leí en algún libro e ilustra perfectamente cómo es el trabajo de creativo. Como en tantos otros casos, seguramente es igual de válido para otras profesiones. Dice así:

Un redactor publicitario muere y sube al Cielo (también los publicitarios tenemos derecho a tener alma). Allí le recibe San Pedro, que le dice que puede elegir entre el Cielo y el Infierno de los publicitarios. El redactor le pide ver ambos antes de tomar una decisión y San Pedro se lo concede. Así que bajan al Infierno para ver cómo se trata a los redactores.

Allí el redactor ve asombrado, a un montón de redactores encadenados a sus mesas, agotados por la tensión, escribiendo frenéticamente, mientras a su lado ejecutivos pasean a su lado gritando: "¡Tenemos que tener una campaña dentro de cinco minutos!". De vez en cuando restalla un látigo y un redactor se queja de dolor.

Asustado, nuestro redactor dice a San Pedro: "No, no, veamos cómo es el Cielo".

Vuelven al cielo y San Pedro le muestra el Cielo de los publicitarios. En el Cielo, el redactor ve a un montón de redactores encadenados a sus mesas, agotados por la tensión, escribiendo frenéticamente, mientras a su lado ejecutivos pasean a su lado gritando: "¡Tenemos que tener una campaña dentro de cinco minutos!". De vez en cuando restalla un látigo y un redactor se queja de dolor.

El redactor dice: "¡Pero si esto es lo mismo que en el Infierno!"

Y San Pedro le responde: "No, no, qué va. Aquí a veces el trabajo se publica"

lunes, septiembre 25, 2006

Escaqueitor

¿Saben ustedes que la princesa Letizia está embarazada de nuevo? Sí, hoy a mediodía o así se ha sabido. Y a las siete de la tarde:

Letizia Ortiz cancela una cena oficial por 'molestias del embarazo'

Como se puede leer aquí. Dejaré para otros los chistes sobre la velocidad en quedarse de nuevo embarazada (Leonorcita aún no ha cumplido el año). Pero lo que está claro es que la chica se ha adaptado rapidísimo a su nueva familia. Es que no pierde oportunidad la tía.

El futuro y la peste negra


Ya hemos hablado aquí antes de Connie Willis, así que vamos a ser breves esta vez –una vez al año no hace daño-: hay que leerse El Libro del Día del Juicio Final, porque es una novela extraordinaria con todas las virtudes de Willis: personajes bien dibujados por los que de inmediato sentimos simpatía –qué difícil es conseguir eso-, atención a los pequeños detalles, naturalidad en la forma de escribir y una aparente ligereza en la escritura que esconde cargas de profundidad. Tremenda novela. Muchas páginas que se hacen cortas gracias a la habilidad de la autora para trazar una historia con los ingredientes justos de humor y drama. Y ahora por cinco euros, o sea que es un chollo.

Creo que es la primera vez que publicamos un post de un solo párrafo. Ah, no, que este es el segundo. A ver si hay más suerte la próxima vez.

jueves, septiembre 21, 2006

Una decisión difícil de tomar

Hoy he empezado el día con dos magníficas noticias. Leo en el periódico gratuito 20 minutos que, por fin, tras todo el verano cerrada, vuelven a abrir el servicio en toda la Línea 7 de Metro de Madrid. Una estupenda noticia para los que, como yo, usamos esa línea por necesidad a diario.

Pero, quizás, la otra noticia es mucho mejor. Porque, por fin también, han aprobado que los padres con bebés podamos subir a los autobuses con nuestros carritos desplegados y los bebés sanos y salvos en su interior. Hasta ahora, para los profanos en el tema, era obligatorio plegar el carro y sacar al bebé del interior porque así era más seguro (¿eh?).

La verdad es que no sé por qué me alegra tanto el tema. Al fin y al cabo yo recuperé parte de mi silueta tras el parto gracias a los kilométricos paseos que me tuve que dar empujando el carro de mi niña, puesto que:
a) en la estación de Metro de mi barrio no hay ascensor y sí cientos de escaleras empinadas;
b) odio conducir en coche por Madrid (contaminas un montón, contribuyes a crear más atasco y te gastas una pasta) y
c) estaba prohibido subir a un autobús con el carro de bebé desplegado y yendo sola era total y absolutamente imposible sujetar el carro plegado (el mío además se dobla en dos piezas) con una mano, el bebé con la otra y agarrarme a la barra con los dientes. Resultado: iba a pie a todos los sitios.

Gracias Gallardón&Co. Con vuestra ayuda perdí cuatro kilos y mi cintura empezó a parecerse al recuerdo que tenía de ella.


Demostración gráfica de madre/padre subiendo al bus con su bebé y su carro

Pero, ahora hablando en serio, esta medida tan necesaria ha tardado en aprobarse más de dos años (de hecho, hasta enero del 2007 no se hará realidad). Fue en el año 2004 cuando diversos colectivos de ciudadanos e IU recogieron firmas, organizaron manifestaciones y reclamaron a los responsables que se pusiera fin a esa restricción tan poco razonable al igual que se había hecho en otras ciudades españolas como Barcelona (del resto de Europa ni hablamos). La Comunidad decidió “escuchar” esta petición y puso en manos de expertos y demás la elaboración de un Proyecto de Ley.

Y en eso estaban hasta el día de ayer.

Dos años para decidir si era adecuado y/o peligroso subir en un autobús de la EMT con un carro de bebé desplegado. Dos años de discusiones (¿a diario?) sobre los pros y los contras de esta medida tan revolucionaria... en Madrid, claro. Dos años de expertos yendo y viniendo, estudiando comparativas, leyes de física, física cuántica y tal. Dos años de comidas discutiendo el tema, que sí que si no, que si yo lo valgo... Dos años de presupuestos invertidos en expertos, consejeros, asesores, cuñadas y constructores (estos que no falten). Dos años de directivos reuniéndose en cenas y más cenas para discutir el tema y "camarero, por favor, a mí traígame un licor de hierbas y después un Montecristo".

En fin.

El caso es que ayer alguien decidió que en vez de promover un nuevo Proyecto de Ley sería mucho más fácil ampliar la Ley de Promoción de la Accesibilidad y declarar a los padres con carritos de bebé personas de movilidad reducida con derecho, por tanto, a beneficiarse del transporte público sin las restricciones que teníamos hasta ahora. Dicho y hecho.

Lástima que mi hija ya no quiera subirse a un carro ni a tiros.

miércoles, septiembre 20, 2006

Ana nos ilumina

Llevo todo el día pensando si debía o no escribir algo sobre la delirante entrevista que le han hecho hoy en el 20 minutos a Ana Obregón (¿por qué ella tiene artículo en la Wikipedia y yo no? A ver si arreglamos esto este fin de semana). Me parecía que era ventajista, como pegar a un tío maniatado. Que también tiene su gracia, como vimos en Reservoir dogs. He dudado durante horas y al final he pensado que igual alguno de vosotros no había leído la entrevista. Y eso sí que no: mis lectores tienen que estar informados. Así que me he dejado llevar por el lado oscuro y aquí tenéis el enlace, disfrutadlo. Y si no os apetece comeros la entrevista entera, mirad estos dos ejemplos luminosos:

-Ahora he aprendido a hacer paella y dulces, bizcochos…

-¿Y cómo no engorda?

-Porque no tengo tiempo de darme cuenta. No hago dietas, sólo trabajar.

Se ha olvidado de las visitas a Corporación Dermoestética, pero vaya. Otro método de adelgazamiento distinto al del rey de Tonga: no darse cuenta de lo que estás comiendo. O comer cosas que no engordan (sé que tenéis la mente tan sucia que habréis apreciado mi fina insinuación basada en un pequeño juego de palabras). Sigue la bella:

El mejor romance es el que uno puede tener consigo mismo.

Esta chica ha mamado bastante de Woody Allen (con perdón), o quizá sea al revés, las edades deben ser bastante parejas.

Y le preguntan: si fuera un animal, ¿qué animal sería? (vaya pregunta, sí). Y dice:

Una yegua jerezana (risas).

Yo no he entendido la respuesta ni las risas, pero ahí queda, Ana Obregón sería una yegua jerezana. Se aceptan hipótesis. Razonadas, por favor.

Vale, son tres cosas y no dos, pero bastante he hecho con controlarme y no poneros la entrevista entera, tal cual.

martes, septiembre 19, 2006

El hombre que no sabía escribir una metáfora

La primera vez que supe de John Irving pensé que era un idiota. Fue leyendo una entrevista en el Qué leer, hace ya algunos años. Un entresacado del texto decía hablando de él, bien grande:

Acomplejado por la dislexia, se refugió en la lucha libre y en su frase talismán: “El talento está sobrevalorado”

Ya digo, me pareció un patán que iba de listo, un provocador. Sin embargo algo debió de gustarme del tipo porque me compré su primera novela El mundo según Garp (o que soy así de contradictorio), que me gustó por sus excesos y me dejó insatisfecho por la misma razón. En conjunto el sabor de boca debió ser bueno, porque me compré algún tiempo después, en una de esas razzias compulsivas que tengo, Una mujer difícil, que me leí justo antes de irme de vacaciones.


En las fotos promocionales debería salir vestido con un traje de lucha libre, digo yo.

Las primeras páginas son una obra maestra. Ahí está lo mejor de Irving: una historia absorbente que se ramifica sin perder su interés, descripciones secas y brutales, comportamientos y sucesos bizarros que sin embargo resultan creíbles, personajes anormales que sin embargo parecen escalofriante cotidianos, y una reflexión estremecedora sobre una cantidad desmesurada de temas: los hijos, el sexo, la profesión de escritor, los autoengaños, el abandono de la adolescencia, el efecto devastador de un trauma en una persona. Esas doscientas primeras páginas habrían dado para diez o quince novelas, tal es la densidad de historias extraordinarias que se cuentan, muchas de ellas resueltas en un párrafo de una intensidad perturbadora. En esas doscientas páginas, Una mujer difícil es dramática, cómica, trágica, es costumbrista y es esperpéntica, en sus páginas puedes sentir una bofetada por la crueldad de alguna escena y dos minutos más tarde se te hace un nudo en la garganta por la ternura que destila otra. Un tour de force admirable.

Tan es así que nos dan igual los defectos de estilo de John Irving. Porque resulta que John Irving no tiene estilo, no tiene estilo literario, quiero decir. Se limita a exponer los sucesos de cualquier forma, de una manera sencilla, austera y que casi cae en la planicie, con esa especie de indiferencia documental característica de tantos autores americanos. Nos da igual porque John Irving nos está avasallando con la historia, no nos importa que no haya ni siquiera un párrafo bellamente escrito, que todo tenga un aspecto de mueble IKEA funcional y sobrio. No existe ni una sola metáfora en el libro, ni una. Pero nos da igual porque Irving nos ha arrollado con la trama.

Y entonces, de repente, Irving cambia el tiempo de la novela y Una mujer difícil se desliza suavemente hacia el coñazo. Desde que dejamos de recordar la infancia de Ruth Cole, la protagonista, y pasamos al presente, todo se convierte en un tedioso desfilar de páginas hacia no sabemos dónde. Muchas páginas. 674 páginas. Y cuando vas por la cuatrocientos te dices que en algún momento Irving retomará el pulso del principio, que su ritmo dejará de ser cansino, que todo tendrá una explicación. Pero no. El libro se acaba y te has leído cuatrocientas páginas que no te aportan nada. Y que resaltan los defectos del autor, su absoluta falta de técnica o su negación a usar los recursos literarios. “El talento está sobrevalorado”. Se refería a esto, a la capacidad de hacer de una historia sosa un placer mediante los trucos del artista.

Una mujer difícil podía haber terminado en la página 230. Sería un libro extraordinario, porque además la historia está completa en ese punto –seguramente una historia distinta a la que pretendía relatar el autor, pero al diablo el autor-. Por desgracia no termina y te acabas leyendo cuatrocientas páginas de tostón. Sin embargo, os recomiendo que la compréis, porque en esas maravillosas doscientas páginas hay más Literatura que en treinta novelas juntas (y además vosotros ya sabéis cuándo hay que parar de leer). Esas doscientas páginas justifican que uno vaya corriendo a la librería para comprar otro libro de John Irving. Yo voy a hacerlo.

lunes, septiembre 18, 2006

La presión de la publicidad en la calle

Me ha mandado Isa, la de Ludita, un video fascinante que nos muestra todos los impactos publicitarios que recibimos en un rato en una gran ciudad. Los autores han dado un paseo por la ciudad y luego han borrado todo lo que no es una marca del vídeo. El resultado es este:



No deja de ser curioso que hayan mantenido los graffitis como marcas. La verdad es que la presión a la que estamos sometidos diariamente es brutal, incluso aunque la mayor parte de las marcas resulten ser puro paisaje. Después de ver este vídeo la verdad es que comprende uno que Gallardón esté dispuesto a cepillarse la publicidad luminosa de Madrid; pero luego viene la cuota de la hipoteca y me digo: con lo bonita que es la publicidad en la calle, hombre, no nos quites los carteles.

jueves, septiembre 14, 2006

Vida (y sobre todo muerte) de un rey

Ayer leí en elmundo.es una noticia delirante, tan demencial que he tenido que esperar hasta hoy para recuperar mi ritmo cardíaco y contárosla. Y también para comprobar que no estaba siendo objeto de una inocentada hecha con tiempo. Que es que parecía como si hubiera entrado en La decadencia del ingenio. Pero no. La noticia puede leerse aquí completa, pero vamos a entresacar lo más importante. En primer lugar, el hecho en cuestión: resulta que se ha muerto Taufa’ahau Tupou IV (el IV es de cuarto, no forma parte del nombre).

Y ese quién es, dirá usted. Pues el rey de Tonga. Y eso qué es, dirá usted. Pues un reino de 172 islas en mitad del Pacífico. Y por qué es importante eso, dirá usted. Pues porque toda vida humana es importante. Pero esta más, porque le han dedicado una página entera (al precio que están las páginas) y si no fuera importante no harían tanto gasto.

Resulta que Tupou IV había entrado en el Guinness de los récords como el rey más gordo del mundo, confirmando que en el Guinness es muy fácil entrar. De entre los cuarenta reyes que hay en el mundo, descontando los Reyes Magos, éste era el más gordo: 210 kilos de rey. Supongo que habrá otros reyes en el Guinness: el rey más calvo, el rey con la barba más larga (el rey de copas), el rey más alto, etcétera. La ignorancia y un temor reverencial a las querellas y a los francotiradores de los servicios secretos del Estado me impiden hacer especulaciones sobre por qué está Juan Carlos I en el Guinness –si está, que éste es vago hasta para entrar en el Guinness-.


Parece que está a punto de ponerse a tocar un solo de trompeta, pero no.
El rey que entró en el Guinness por ser el único que sabía tocar la trompeta es otro rey.


Bueno el caso es que el artículo hace un repaso por su vida, comenzando por la descripción que del monarca hizo el Times of London, que transcribo:

Se parece a un piano de concierto lustrado con un tórax cubierto con condecoraciones del tamaño de una pequeña mesa de billar

La de veces que os habrán preguntado: ¿tú cómo quieres pasar a la posteridad? Y habréis contestado, como hacemos todos: yo, como un piano de concierto lustrado, etcétera. Pues Tupou lo ha conseguido y vosotros no, pringaos.

Era un hombre muy querido. De él dijo el ex embajador neozelandés:
Es un placer pasar tiempo con él y haber compartido su champaña y su caviar
Y sus putas, añadimos nosotros, porque los diplomáticos hay palabras que no pueden decir, pero vamos, que se lee entre líneas. Qué buen trabajo, embajador en Tonga. “Fernández, le nombro embajador en Tonga”. “¿Y eso qué es? “ “Un reino de 172 islas, lo he leído en el Cerdo agridulce. Hay un rey gordo. Y da champaña y caviar. Su trabajo será pasar tiempo con él”. Como si te hubiera tocado la lotería.

Como quería adelgazar, el rey siguió un novedoso tratamiento consistente en hacer ejercicio y comer alimentos con menos calorías, como mariscos, frutas y verduras. Con estos datos el redactor se apaña para escribir dos párrafos, pero como yo estoy dando un resumen lo dejo en uno. Pero vaya, que aquí está el secreto del adelgazamiento, se aprende en todos sitios, hasta en los obituarios, tomad nota los gordos.

Tupou no creía mucho en la democracia (“demasiada democracia es dañina”; como las carnes rojas). Pero sus súbditos pensaban distinto:

Pero el año pasado el trono real amenazó con tambalearse: unas 100.000 personas participaron en una primera manifestación masiva en Tonga a favor de la democracia promovida por el Parlamento, que de cualquier manera es sólo una fachada: dos tercios de los asientos son controlados por el rey y sus socios. Al fin y al cabo, 33 familias nobles deciden el destino del país.

Teniendo en cuenta que la población de Tonga es de 105.000 habitantes, no me digáis que no tiene mérito la manifestación. A falta de los datos independientes que se ofrecerán en breve, supongo, en el Manifestómetro. Pero vaya, que fueron todos (desde las 172 islas, que también tiene mérito) menos 5.000. Que serían el rey y las 33 familias nobles (los nobles tienen muchos hijos, es gente que se aburre entre cuadros de Velázquez y primeras ediciones del Quijote, no tienen teles porque no pegan con los sillones Luis XVI y se ven abocados al champaña y al caviar, con los efectos inevitables).

Luego diréis que somos cinco o seis:



Parece que la posibilidad de que el heredero cambie el régimen político es escasa. El heredero se llama Tupouto’a, aunque en algunos medios su nombre es transcrito como Tupouta. Imaginad qué infancia. Yo no voy a hacer ningún chiste porque soy muy respetuoso y me apellido Palomares, pero pobrecito. Dice de él un diplomático neozelandés –no sabemos si el mismo del champaña y el caviar- que en su corazón no es un verdadero demócrata. Con esa infancia como para serlo. Vamos, es que yo me llamo así y paso lo de ese chico y cuando soy rey decreto ejecución sumarísima de todos menos de cinco mil. Por listos. Y luego, a beber champaña.

miércoles, septiembre 13, 2006

Libros y fuegos


La semana antes de presentar Me llaman Fuco Lois en la Feria del Libro de Madrid acudí a la presentación de El guardián de las hogueras, de Lluis Oliván, editado por la misma santa casa, EDAF, con el objetivo de hacerme una idea de qué se esperaba de mí en la presentación del libro, ir familiarizándome con el escenario e ir poniéndome nervioso con una semana vista.

Después del acto estuve charlando un rato con el autor, y arteramente le compré un ejemplar para, lo reconozco, que él se viera obligado a comprar uno de Me llaman Fuco Lois –así de ruin puedo llegar a ser cuando se trata de vender mi novela, sí, qué pasa-. El que se llevó fue el primer ejemplar de la novela que yo firmaba (ahora debe valer millones).

Oliván contaba en su presentación que vivía en un pueblo catalán cuyo nombre se me escapa en este momento, un pueblo sin biblioteca, así que un año decidió ofrecer para préstamo sus libros en la plaza del pueblo, estableciendo una especie de biblioteca popular con razonable éxito. Cuando por fin hubo dinero para hacer la biblioteca, los vecinos del pueblo decidieron que en vez de biblioteca preferían hacer una piscina. Y el pobre Oliván se quedó de lo más chafado, claro. Pero de esta anécdota encontró inspiración para escribir El guardián de las hogueras, una inteligente novela corta (son 150 páginas, y aún diría que no es una novela corta, sino un relato largo; yo me entiendo) que, ambientado en un pueblo remoto, nos habla de una civilización decadente y analfabeta que para defenderse de los mosquitos que causan una extraña enfermedad, protegen su pueblo con el humo de unas hogueras alimentadas por libros. El guardián de esas hogueras, que elige qué libro es el que debe quemarse, es precisamente el único que sabe leer.

La novela es una inteligente metáfora sobre el miedo al conocimiento, lo cómodo que es ampararse en lo conocido y aceptado, aunque sea claramente erróneo, la curiosidad y sus riesgos. Con personajes bien trazados, creíbles y vívidos (sólo la mujer del protagonista parece un poco tosca, en comparación con el resto de los personajes, que están estupendamente retratados), Oliván realiza una sentida y apasionada novela de amor a los libros, repleto de homenajes. Tan repleto, de hecho, que en algún momento resulta quizá excesivo. Bajo la sombra de Fahrenheit 451 o algunos relatos borgianos –sombra reconocida explícitamente en el texto, por otra parte-, da la impresión de que el autor podría haber llegado más lejos si se hubiera librado de su influencia.

Son defectos muy menores, en cualquier caso, para siquiera llamarlos defectos. El guardián de las hogueras es una novelita muy eficaz, bien trabada y de buen ritmo que se lee con mucha comodidad y resulta inteligente para el lector. Oliván se habrá quedado sin biblioteca, pero al menos tiene una buena novela a cambio. Ideal para leer, por ejemplo, en la piscina.

martes, septiembre 12, 2006

Aquí sabemos hablar de fúmbol igual que en cualquier otro blog

A mí Luis Aragonés siempre me cayó fatal, al principio supongo que porque era entrenador del Barcelona y el Atleti, pero sobre todo por su descarada grosería. Es que me ponía malo de verle en las ruedas de prensa rascándose el cuello, hurgándose las orejas y hablando para el cuello de su camisa, detestaba sus gafas ochenteras, su aspecto desaliñado vestido de chándal -¡con esa barriga!-, la manera en que voceaba y se le caía la dentadura postiza –no miento, lo vi con estos ojos que se han de comer los gusanos-.


Hay que reconocer que nunca le he visto hurgarse los dientes con un palillo en una rueda de prensa.

Sin embargo con el tiempo el hombre empezó a resultarme más soportable, y hasta consiguió que me cayera bien –una hazaña, pasar de caerme mal a bien, dificilísima, y que sólo ha conseguido, redoble de tambores, Maribel Verdú-. Cuando tuvo la bronca con Romario me hice incondicional suyo de la misma manera en que uno se vuelve incondicional del Abuelo Cebolleta o de los cascarrabias como Fernán Gómez (Recordemos la escena: Luis Aragonés abroncando a Romario, que se hacía el sueco, gesta complicada para un brasileño, hasta que Luis le espetó: Míreme a los ojitos).

Pues bien, desde entonces le tenía como un hombre con manías y excentricidades, pero su trayectoria en los últimos tiempos me hace pensar que en realidad lo que le pasa es que está como una cabra. Veamos qué ha hecho en los últimos meses:

1.Dice que si España no llega a semifinales del Mundial, se considerará un fracaso y dimitirá. España cae en octavos.

2.Luis no dimite. La explicación: “La palabra fracaso es muy fuerte”, y la lisérgica: “una frase que a lo mejor me interesaba decir en un momento dado, no va a condicionar mi futuro”. Es un poco el estilo Roma no paga traidores, versión moderna.

3.España cae con Irlanda del Norte. Se acumulan las presiones para que Luis dimita. Luis dice: "Yo no he visto a nadie que haya dimitido. La gente se va cuando acaba su contrato". Y después: "Lo que no entiendo es que me digan que me vaya del trabajo. ¿Vosotros os iríais de vuestro trabajo?" Ahí hay que darle la razón. Además que tiene que pensar en su familia y su futuro (literal).

4.Dos días después Aragonés dimite. Y les dice a los periodistas: "He dimitido que es lo que vosotros queríais". Un poco al estilo madre: “Pues toma croquetas, a ver si revientas de un cólico y me dejas tranquila”. La Federación le dice que nanay y que tiene 48 horas para pensárselo. En otra frase psicotrópica, Luis les dice a los periodistas que no ha cambiado de opinión: "No es cuestión de fin de semana ni de nada. Antes dijisteis lo que dije y ahora diréis lo que digo”. Le ha faltado añadir: "¡Pringaos!" Será por falta de ganas.

5.Cinco horas después Luis dice que sigue, y aquí paz y después gloria. Muchas vueltas no le ha dado, no, no puede decirse que haya pasado mala noche y no haya pegado ojo por las dudas.

En resumen: o Luis se está quedando con nosotros, o ha perdido la chaveta, o quiere que la perdamos nosotros, o en un descuido ha sido sustituido por su muñegote del Guiñol. Otra explicación no cabe.

lunes, septiembre 11, 2006

Por las bravas


Es curioso. Desde que se implantó la Ley Anti-tabaco, hace ya nueve meses, casi el 90% de los bares de este país han declarado que sí, que dejarán seguir fumando en sus locales. “Es que si no lo hacemos perderemos clientes” es la declaración que más se escucha en los noticieros.
Quizás sí.
O quizás no.
En la llamada Plaza de Quintana, en el madrileño barrio de Quintana (Pueblo Nuevo, Madrid), uno de los mejores bares de la zona (o, quizás, el mejor) ha demostrado que no tiene por qué ser así. Que prohibir fumar en su local no tiene por qué hacerle perder clientes si sigue siendo el sitio de calidad que siempre fue, si los camareros siguen siendo igual de amables y alegres, si las tapas siguen siendo igual de imponentes…
El Docamar, pues ese es su nombre, es el típico bar de barrio al que acuden vecinos y no tan vecinos atraídos por la fama de sus tapas y por unas de las mejores patatas bravas de Madrid. Un local que lleva cuarenta años mejorando y refinando la receta original de salsa brava del abuelo de la familia, pero que no ha descuidado las otras cositas ricas típicas como la oreja, la tortilla de patatas o los caracoles.
Y sí, en el Docamar NO se puede fumar.
Como han oído, señores.
En uno de los mejores y más visitados bares del barrio de Quintana han prohibido fumar.
En ninguna zona del local se puede encender un pitillo, ni en el bar ni en el restaurante situado en la primera planta. Es una zona completamente libre de humos. Tan sólo han reservado una pequeña zona, en la calle, al resguardo de un pequeño tejadillo y con la compañía de unos radiadores de jardín, para aquellos que no puedan aguantar el mono de tabaco. Y, por supuesto, la terraza.
¿Creéis que perderán clientes porque no se pueda fumar en el interior? ¿Qué la gente se irá a otro bar donde las patatas bravas sean peores sólo porque al mismo tiempo podrán fumarse un cigarrillo? ¿Creéis que el Docamar se irá vaciando poco a poco?
Yo soy positiva respecto al tema. De momento, han pasado nueve meses y apenas he notado diferencia. El Docamar sigue lleno como siempre a la hora del aperitivo, de la merienda, de la cena... y las raciones de patatas bravas desaparecen con gran rapidez.

jueves, septiembre 07, 2006

Pequeño desagravio a Fernando Fernán Gómez

A ti te dicen Fernando Fernán Gómez y lo más probable es que pienses en esto:



Tiene cojones que hagas más de doscientas películas, que dirijas otras treinta, que guionices veintitantas, y que la muchachada te conozca principalmente por tus accesos de mal humor. Y pensaba yo todo esto porque me puse a leer ¡Stop! Novela de amor, un libro escrito por el ínclito y editado por Espasa que está saldado –a ver si hablamos un día de mi compulsiva necesidad de comprar libros saldados-. Un libro que demuestra que además de ser un cascarrabias es un escritor notable, aunque su obra literaria no aparezca en la Wikipedia.

De Fernán Gómez había leído El viaje a ninguna parte, que también fue película, una nostálgica y tierna novela de estilo costumbrista sobre los cómicos que van de pueblo en pueblo en los años cincuenta. También ¡Stop! Novela de amor es una novela costumbrista, que retrata el ambiente cinematográfico madrileño a través de las desventuras amorosas del protagonista, un guionista de éxito que “no está hecho para el amor”. Entretenida y con algunos momentos francamente divertidos, el pero más importante que se le puede poner es precisamente esa obsesión costumbrista que lleva a Fernán Gómez a calcar expresiones castizas, con lo mal que queda eso escrito (Eh, usté, apártese a un lao) y momentos en los que los diálogos resultan bastante forzados.

Después de leer esta novela me han entrado ganas de releer El viaje… y alguna otra. Porque igual Fernán Gómez no está entre los mejores 20 escritores de España, pero me da la impresión de que produce obras eficaces y más que satisfactorias. Por eso me pregunto: ¿cuándo volverá a escribir una novela Fernán Gómez?



Si es que somos incorregibles, desde luego.

martes, septiembre 05, 2006

Una de brunchs

Como ya bien sabéis todos Txiqui y yo no somos precisamente abanderados de la vanguardia, pero hay una moda que arrasa últimamente en Madrid a la que nos hemos apuntado de cabeza y sin pensarlo de veces: ir de brunch los domingos. Y mira que es extraño que esto se considere “estar a la última” porque el brunch es una cosa que se practica en Nueva York desde principios del siglo XX o, incluso, antes. Pero ya es bien sabido que nosotros los españoles pensamos bien, pero tarde. Y nunca es tarde para adoptar una moda tan fantástica como esta, sobre todo, porque salir de brunch es una de esas escasas y extrañas ocasiones en la vida en las que puedes ir de moderno y al mismo tiempo ser práctico sin gastarte mucha pasta. Como cuando se puso de moda ir vestido de vagabundo…

El término brunch viene de la contracción de las palabras breakfast y lunch, es decir, una mezcla entre desayuno y comida que se puede tomar entre las 11 y las 15 horas de los fines de semana y que nos permite ponernos ciegos a base de pequeñas menudencias dulces y saladas mientras te sumerges en los dominicales sin que nadie se sienta insultado por tu grosería. Todo ello por unos 20 euros. Bastante bien tal y como está hoy en día la vida en Madrid, que como también sabéis está mal tirando a fatal e incluso mucho peor desde que el Euribor está subiendo sin parar. Pues bien, tomar brunch es uno de esos pequeños lujos que os recomendamos desde este blog porque, sencillamente, es un lujo pero pequeño. Así que, amigos, “to be fashionable nowadays, we must brunch”, pero no lo hagáis en cualquier sitio.

Dada nuestra naturaleza inquisitiva y nuestro afán de servicio a todos aquellos que visitan nuestro blog, hemos hecho una pequeña labor de investigación por los distintos locales que dan brunch en Madrid que esperamos os sirva de guía. No son todos los que son, pero si unos cuantos para irse estrenando:

Le petit bistrot (Plaza de Matute, 5):Fue el primer local que visitamos como aficionados al brunch y acompañados de unos amigos que lo practicaban con asiduidad, un local de estilo francés, informal y agradable. El brunch que nos sirvieron no estuvo nada mal, comenzando con pan y algo de bollería servida con mantequilla y mermelada, un Actimel, café con leche y azúcar, zumo natural de naranja y un plato caliente a elegir: rosbif con ensalada, huevos fritos con bacon... Desgraciadamente fue hace bastante tiempo y no puedo precisar con claridad lo que tomamos, pero mi recuerdo es grato.
Puntos a favor: Tienen facilidades para niños, sirven montañas y montañas de rico café.
Puntos negativos: El excesivo ruido y jaleo del local, nada es demasiado sorprendente, todo muy común.

Nota final: 6,5-7.
Precio: 15 euros aprox.

Nina (Manuela Malasaña, 10): Nuestra siguiente experiencia en el mundo del brunch fue en este modernísimo local del centro de Madrid. Desde el comienzo, el menú del Nina superó nuestras expectativas: una selección de panes bastante amplia (integrales, con aceitunas, etc.) servidos con varios tipos de mantequillas (no recuerdo los sabores) y patés. Todo sin reparar en cantidades. A continuación zumo de naranja recién exprimido (aunque creo recordar que había otras posibilidades) y yogur batido de varios sabores (sí, sí… probablemente sería un Danone vulgar batido y servido en un cuenco moderno, pero somos asín de tontos). A continuación llegaron los platos calientes: revuelto con beicon crujiente y salchichas, salmón ahumado con bagel y queso crema, pavo jamón natural al horno con huevo hilado y ciruelas al Armagnac o huevos Benedict. Para terminar, café con leche (rico, rico) y una selección de muffins y plumcakes.
Puntos a favor: Muchísima variedad, toda deliciosa y ligeramente diferente. Buenas cantidades, bien presentadas y originales. Local agradable, amplio y silencioso.
Puntos negativos: No sirven café hasta el final de la comida, cuando en estas ocasiones necesitas una inyección de cafeína rápida y eficaz. Los dulces del final son un tanto escasos cuando se es un comilón gordo como nosotros.

Nota final: 8.
Precio: 18 euros/persona.

Ene (Nuncio, 19): Nuestra visita a este también modernísimo local de la Latina se produjo a mediados de agosto, lo que puede explicar que apenas hubiera gente o que el servicio fuera tan atento (no me habían hablado nada bien de los camareros de este sitio, por lo que quedé gratamente sorprendida). El brunch del Ene comienza con un cocktail (a elegir entre el Bloody Mary o el Bellini) y continúa con una pequeña (si, muy pequeña) aunque deliciosa selección de panes y bollos. Para ser más exactos: un trozo de pan y un pequeño bollo por cabeza. A continuación Muesli con yogur griego y frutos rojos o Quiché Lorraine o ensalada de espinacas con jamón de pato y vinagreta de mango o table de quesos y frutos secos. Un poco.
Y los segundos: salmón marinado sobre blinis o huevos benedictine o tortilla mexicana rellena de frijoles con guacamole y pico de gallo o la carne del día. Otro poco.
Para finalizar, café con leche y una selección (increíble pero también diminuta) de galletas, brownies y dulces.
Puntos a favor: Platos originales, cocktail incluido en el precio. La bollería insuperable.
Puntos negativos: Raciones minúsculas. Te quedas con hambre. De verdad. Mucha hambre. Dicen que hay un D.J. Todo tiene demasiada pose, incluidos los camareros.

Nota final: 6´5.
Precio medio: 20 euros/persona.

Café Oliver (Almirante,12): El Café Oliver ha sido en los últimos años uno de nuestros lugares favoritos para ir a comer, por eso teníamos demasiadas esperanzas puestas en un servicio de brunch. Además, se cuenta que era uno de los pioneros en la capital. En fin, que fuimos hace unas semanas y no quedamos decepcionados, pero tampoco impresionados. El brunch comienza como todos, con pan y bollos (uno por persona) servidos con mantequilla y una clase de mermelada. Puedes elegir entre varios tipos de zumo natural exprimido, naranja, piña y mango o melón y café servido en cafetera de émbolo. Se continúa con un plato de huevos: revueltos con hierbas, fritos con bacon o benedicr. Y se termina con ensalada cesar o ensalada de frutas o hamburguesa de queso o tortitas con sirope de arce.

Puntos a favor: El local, siempre agradable. Aunque la bollería no es para echar cohetes los platos cocinados son ricos sin llegar a ser excelentes y las raciones grandes. Los originales zumos naturales.
Puntos negativos: El café es ¡americano!, aunque te puedes tomar tres tazas lo que deberían copiar los demás sitios. Los camareros parecían algo confusos y cometieron errores grandes como olvidarse de ponernos leche, olvidarse de servirnos los primeros, etc.

Nota final: 7.
Precio medio: 20 euros/persona.


Olsen
(Calle del Prado, 15): No hemos ido a este local a tomar el brunch… y no creo que vayamos. La experiencia de una pareja amiga nuestra (precisamente la pareja que nos introdujo en este hábito) fue tan nefasta que no nos atrevemos a poner un pie por allí. En medio de su tranquilo brunch dominical se encontraron con una cucaracha de gran tamaño pululando por su mesa. Los camareros del local no sólo se comportaron bastante fríamente con el asunto sino que además no tuvieron el detalle de excusarse o invitarles a desayunar o, simplemente, tirarse el pisto invitándoles a algo a ellos y a todos los vecinos de mesa que sufrieron ataques de histeria. Tampoco ayuda en nuestra pobre opinión sobre el Olsen que Txiqui fuera allí a cenar con su empresa y le pareciera todo un fiasco, pero si no queréis imitarnos porque os fiáis más de las numerosas y positivas críticas que está recogiendo este restaurante nórdico (seguramente todas compradas), su brunch se compone de café o te, zumo, bagels con manteca y mermeladas a un precio de 5 euros. Y si queréis tomar algo mas, por 16 euros extra podréis elegir entre una amplia selección de platos calientes como pan de brioche tostado con queso brie, puré de higos y confit de pato o patatas escalfadas con salmón, huevo y beicon.

Por supuesto hay muchísimos más locales que estamos deseando visitar en los que se sirven, según se cuenta, un magnífico brunch. Entre ellos, Teatriz, La Viuda Blanca, De Funy... En este blog prometemos sacrificarnos por el bien común y visitar pronto la gran mayoría de estos locales. Al fin y al cabo, como ya he dicho, somos un servicio público y nos mueve la filantropía.

lunes, septiembre 04, 2006

Mal empezamos


Estoy leyéndome Plinio, casos célebres, una recopilación de novelas de Francisco García Pavón que recomiendo vivamente, como trabajo de documentación para mi próximo libro (a ver cómo acaba la cosa). Y me lo estoy pasando en grande.

Bien, el caso es que se me ocurrió leer la contraportada del libro, error que cometo de vez en cuando porque soy un tipo intrépido y temerario. Y leo esto:

Francisco García Pavón es, sin duda, el pionero de la novela policíaca de calidad y José María del Moral, Plinio, su protagonista, es el primer personaje plenamente español, bla bla bla.

Vale. ¿Algo raro? Lo de pionero de la novela policíaca de calidad, pero no es eso. El texto se refiere a la novela policíaca española. Pero empecemos a leer el libro por su primera novela, El reinado de Witiza. Primera línea:

Manuel González, alias Plinio, Jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, y su colaborador y amigo bla bla bla.

¡Magia! De la contraportada a la primera página José María del Moral se ha transformado en Manuel González. El trabajo de corrector de textos está cada vez más devaluado, pero esto... ¿Y además, de dónde sale el nombre de José María del Moral? Pues con una paciente búsqueda en Google he averiguado que es el gobernador civil de una de las novelas de Plinio, El rapto de las sabinas, presente en el mismo volumen. Lo cual no me explica cómo ha usurpado la personalidad de Plinio. Qué cosas más raras pasan en los libros.

viernes, septiembre 01, 2006

Vuelta al cole

Como de costumbre, El Roto lo explica mucho mejor de lo que yo podría hacerlo, en El País de hoy.



A ver cómo se da la cosa este año. Dentro de lo posible, nos alegramos de volver a veros.
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