jueves, marzo 30, 2006

Intermedio: unos minutos para publicidad


Mañana me voy a Valencia para asistir al Día C, una iniciativa del Club de Creativos en la que, además de premiar los mejores anuncios del año, se habla de creatividad -no necesariamente relacionada con los anuncios-. Hay conferencias, charlas y exposiciones -este año, un especial dedicado a la publicidad belga. En efecto, parece ser que los belgas también hacen publicidad-. Este año el tema es: ¿Hemos perdido el sentido del humor? Está el patio como para no perderlo...

Veremos buenos anuncios (si los hay), criticaremos salvajemente las decisiones del jurado, sestearemos en las conferencias de algún gurú del diseño y nos sentiremos vícitimas de una conspiración para que no se premie nuestro talento. Diremos que este año es peor que los anteriores y que la cosa está fatal. Que no se han visto grandes cosas. Comentaremos que está todo muy parado y que los clientes se arriesgan cada vez menos. O sea, la rutina de todos los años. Luego procederemos al fin último de estos saraos publicitarios: juntarnos en algún garito de mala muerte y bebernos unos gintonics al lado de viejos amigos a los que sólo vemos de festival en festival publicitario. Tiene bemoles ir a Valencia para ver a gente que trabaja a doscientos metros de ti, pero es lo que hay.

En fin, que hasta el sábado no volveré. mientras tanto, os hago una pregunta copiada de Hmmm. ¿Cuál es el anuncio que, si pudieras, harías desaparecer de la faz de la Tierra? En Hmmm dan tres opciones, pero como la lista de anuncios horripilantes es bastante más larga, yo lo dejo abierto. Así que dejad en los comentarios vuestra opinión: ¿qué anuncio detestáis más?

P.D. No vale decir los míos. Que hay mucho listo suelto por este blog.

miércoles, marzo 29, 2006

Elvis desencadenado

Nunca he sido yo muy fan de Elvis Presley, la verdad, aunque, como a todo el mundo, me gustasen algunas canciones concretas. Sí, las mismas que tenéis en la cabeza.

Estamos acostumbrados a ese Elvis crepuscular, hinchado de pastillas, que se paseaba por los escenarios vestido con un chándal de lentejuelas. No es como para pensar que el tipo era un gran artista, a menos que nos refiramos a su tamaño.

El caso es que el otro día el amiguete Rafa Fortis me pasó un enlace con una interpretación de Elvis en Las Vegas. Lleva lentejuelas, está hinchado, las patillas le cubren la mitad de la cara y, en efecto, parece medio colocado. Y sin embargo me ha hecho apreciar más a Elvis y me ha reconciliado (un poquito) con la música:



Elvis canta Suspicious minds con un convencimiento estremecedor. La versión es ligeramente más rápida que la “oficial” y mucho más dinámica; está llena de energía. Como el propio Elvis, que se muestra desencadenado, recorre el escenario, se empapa de la canción, exagera en cada verso, baila como si estuviese haciendo una parodia de Elvis y se divierte como un enano (atención al susto que les da a las del coro). En fin, que demuestra que la música le gustaba y que estaba disfrutando con la canción. Lo cual, en estos tiempos en que la mitad de los grupos cantan con el piloto automático puesto y están en el escenario como podían estar poniendo sellos en un ministerio, y la otra mitad de los grupos está protestando porque el top manta les quita el pan de sus niños, es reconfortante.

Vamos, que Elvis se dedicaba a la música porque la apasionaba la música. Y se divertía cantando. Y era feliz mientras cantaba. Y hacía feliz a su público. Y nos hace felices a nosotros, a través de Youtube. Después de muerto, como el Cid. Si es que está muerto, claro.

martes, marzo 28, 2006

Un libro que aún me arranca escalofríos

El primer libro que recuerdo haber comprado en mi vida es El mundo perdido, de sir Arthur Conan Doyle. Yo tendría nueve años –la edición que tengo está fechada en 1983- y en mi pueblo se celebraba la Feria del Libro; que había tres casetas en la Plaza del Ayuntamiento, vamos. Por primera vez mi madre me dejó elegir un libro yo solo; y si existe un niño de nueve años capaz de resistirse a una portada con un dinosaurio rugiendo, yo no quiero conocerlo, gracias.


A mi madre no le gustó: es una mujer a la que los monstruos despedazando seres humanos no le hacen mucha gracia. Entonces yo argumenté que el autor era buenísimo, pues era Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes; luego yo ya conocía a Sherlock Holmes por aquel entonces. Mi madre cedió.

La novela trata de las aventuras del profesor Challenger (“un cerebro superdotado en un cuerpo de hombre de las cavernas”, dice la contraportada) y sus compañeros, que emprenden una expedición a una meseta en la que, resguardados del paso del tiempo, sobrevive un ecosistema compuesto por dinosaurios. Sin experimentos genéticos, porque estamos a principios del siglo XX.

El mundo perdido es una obra maestra del género de aventuras: es divertida, ágil, emocionante, bien hilada, fomenta el compañerismo y se lee de un tirón. Ha pasado casi un siglo pero se conserva fresca como el primer día: Malone es simpático, Challenger arrogante, Summerlee fastidioso y lord John Roxton el héroe que sueña ser cada adolescente.

No sé cuántas veces he leído este libro, cuántas veces he pasado sus páginas y he reído con Challenger, cuántas he corrido aterrado con Malone perseguidos por aquel monstruoso dinosaurio con cabeza de sapo, cuántas veces me he sobresaltado al descubrir al mono hombre en el árbol gingko; docenas, seguro. Y cada vez lo he disfrutado como el primer día. A pesar de que el libro está manoseado y gastado en los bordes se conserva en buen estado y aún lo hojeo de vez en cuando. Abro el libro y lo acaricio, y me tropiezo con su primer capítulo: Los heroísmos nos rodean por todas partes, y se me pone la piel de gallina*. Y tropiezo con las espléndidas ilustraciones de Margarita Cuesta-Pamies que jalonan la novela en la edición de Anaya, tan distintas a las ilustraciones para niños que estaba acostumbrado a ver en libros, y me entra un cosquilleo nostálgico.

Porque ha habido otros libros que he leído más veces, pero a ninguno tengo más cariño que a este. Y ha habido muchos más libros importantes en mi vida, pero ninguno ha conseguido llenarme de tanta ilusión como este primero, cuando aún tenía nueve años y comprar un libro y luego leerlo era una de las cosas más emocionantes que se podían hacer en la vida.


*Ya que ayer hablábamos de comienzos, estas son las primeras frases del libro:
Su padre, el señor Hungerton, era verdaderamente la persona menos dotada de tacto que pudiera hallarse en el mundo; una especie de cacatúa pomposa y desaliñada, de excelente carácter pero absolutamente encerrado en su propio y estúpido yo.


lunes, marzo 27, 2006

Érase una vez que se era

Hay un extraño arte, tal vez mágico, que pocos autores dominan:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
De alguna manera, en las primeras tres frases que inician una novela como Cien años de soledad parece concentrarse el resto del libro, como si en esas veintiocho palabras se escondiera la esencia del realismo mágico. Después de escribir esta frase a García Márquez sólo le quedó desarrollar la historia durante cuatrocientas páginas; pan comido.

Lo mismo le debió ocurrir a Franz Kafka en el que tal vez es el ejemplo más famoso de comienzos certeros, La metamorfosis:
Cuando Gregorio Samsa despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.
Y justo lo contrario sucede en este comienzo de la mano de Dickens en Historia de dos ciudades, en chusca traducción propia:
Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la edad de la sabiduría, era la edad de la estupidez, era la época de creer, era la época de la incredulidad, era la estación de la Luz, era la estación de la Oscuridad, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación, teníamos todo frente a nosotros, no teníamos nada frente a nosotros, íbamos derechos al Cielo, íbamos derechos al otro sitio.
Dickens, con este comienzo tan hermoso, aún no ha proporcionado nada concreto al lector. Pero nos da igual. Tolstoi, en cambio, es brutal y melancólico en su Ana Karenina:
Todas las familias felices se parecen, pero cada familia triste lo es a su manera.
Si aún no se le han puesto los pelos del brazo de punta, tal vez debiera releer lentamente esa frase, señora.

Javier Marías es seguramente el autor español que mejor maneja esas primeras líneas. Como en el escalofriante comienzo de Mañana en la batalla piensa en mí:
Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuerda.
O el absorbente universo que crea con apenas un párrafo en el comienzo de Corazón tan blanco:
No he querido saber, pero he sabido, que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados.
Pérez Reverte, en cambio, no es especialmente hábil en los inicios de sus novelas. Para muestra, la ortopédica primera frase de El maestro de esgrima (1988):
El cristal de las panzudas copas de coñac reflejaba las bujías que ardían en los candelabros de plata.
Con el tiempo el chico mejoró muchísimo, como demuestra el impecable comienzo de la saga del Capitán Alatriste (1996), un ejemplo de concisión descriptiva que da el tono de toda la serie:
No era el hombre más honesto, ni el más piadoso, pero era un hombre valiente.
Algunos comienzos no son memorables hasta que no son acompañados de una música sugestiva y su significado se alimenta por el conjunto de la obra:
El espacio, la última frontera. Estos son los viajes de la nave Enterprise en una misión que durará cinco años, dedicada a la exploración de mundos desconocidos, al descubrimiento de nuevas vidas, de nuevas civilizaciones… hasta alcanzar lugares donde nadie ha podido llegar.
Como en esas míticas palabras que daban inicio a esa serie que tanto daño nos hizo de niños:
El coche fantástico es la trepidante aventura de un hombre que no existe, en un mundo lleno de peligros. Michael Knight, un joven solitario embarcado en una cruzada para salvar la causa de los inocentes, los indefensos, los débiles, dentro de un mundo de criminales que operan al margen de la ley...
¿Y a dónde quiero ir a parar? Pues a que yo no soy Javier Marías, lo siento. Así que aquí acaba la primera entrada en este blog. O en otras palabras:

Watson, comienza el juego.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...