viernes, enero 24, 2014

Estamos llevando demasiado lejos lo del reciclaje

Me pasa Raquel Espantaleón este cartel que estaba en el ascensor de su portal:



Vale. La parte positiva es que un bosque de álamos se salvó gracias a este hombre, que reutilizó un papel usado. ¿Pero de dónde sale la tinta para tachar el texto que sobraba? ¡Eso también es un gasto! ¡Porque la tinta es el líquido más caro del mundo! Y es muy poco ecológico esto: ¡Cincuenta calamares han muerto para que este señor pueda tachar con esa saña el texto que había escrito antes!

Perdón por usar la negrita para escribir lo de los calamares. Seguramente otro calamar más ha muerto para que yo pudiera escribir eso en negrita. En este blog apreciamos mucho a los calamares. De hecho creemos que faltan pelis ecologistas sobre los calamares. Incluso vamos a abrir una petición en Change.org para que hagan un remake de ¡Liberad a Willy!, pero con un calamar: ¡Liberad al kraken!


Pero a lo que iba.

Que lo que parece una buena idea al final resulta no serlo tanto. Porque aparte del tema ecológico y de que el tipo que ha hecho esto da la imagen de ser un rata, demuestra muy poca previsión. Porque veamos cuál es el cartel original:

La llave del ascensor
no funciona bien
Funciona a partir del primero.
¡Gracias!

Y tacha sin ton ni son, a lo primero que se le ocurre. Tacha hasta el ¡Gracias!, que ya me dirás tú qué les molestaría. Es de bien nacido ser agradecido, decía mi abuela. ¿Esta gente no tiene abuela o qué pasa? ¿No habría sido mejor hacer una tachadura con más precisión? Una así:

La llave del ascensor
no funciona bien
Funciona a partir del primero.
¡Gracias!

Mucho mejor. Una frase muy completita, clara, concisa. Y bien nacida (¡gracias!). Esto además nos permitiría hacer un nuevo cartel cuando el ascensor estuviera arreglado, para avisar a los vecinos de que ya pueden usarlo:

La llave del ascensor
no funciona bien
Funciona a partir del primero.
¡Gracias!

¡Previsión! ¡Cortesía! ¡Ahorro de tinta!

miércoles, enero 22, 2014

El gol de Míkel Lasa

Este artículo es otro de los que escribí para El ruido del fondo hablando de los goles que me habían marcado. En el Cerdo agridulce se han publicado también El gol del Buitre y El gol de Maceda. Aquí está el último escrito. Quién sabe si no habrá más en el futuro.

El gol de Lasa

Camacho lo había dejado ya; aún no había llegado Roberto Carlos. En el lateral izquierdo apareció Villarroya, primero, un tipo voluntarioso lleno de rizos de ojos arrebatados, y Míkel Lasa después, un chaval vasco con mandíbula de héroe de acción al que fichamos por una millonada. Los dos eran picapedreros del fútbol, dos laterales tenaces de los que corrían maratones en cada partido. Línea de fondo y centro al área que iba siempre muy pasado, o muy corto, o muy a la grada.
 
De Míkel Lasa la verdad es que esperábamos ya poco. Al chaval se le quería porque se esforzaba como un titán. Es conmovedor ver a alguien corriendo sin sentido arriba y abajo. ¡Quisimos a Geremi, cómo no íbamos a querer a Lasa! Uno ve correr un jugador de esos y fantasea con que podría ocupar su puesto. Para ser Guti hay que valer, pero para ser Lasa, piensa el espectador, sólo hay que tener una oportunidad y salir al campo. Y comerse la hierba.

El espectador de fútbol es muy ingenuo.

Pero decía que de Lasa esperábamos poco. Así que cuando, volcado el Sevilla sobre la portería del Madrid, Lasa recupera la pelota, nadie espera lo que va a hacer. Uno imagina que va a hacer como Forrest Gump y cabalgar hasta la portería de Unzué; allí se tropezará, o la tirará fuera, o en el mejor de los casos la pasará a un compañero que meta la pelota en la portería. Pero Lasa suelta un zurriagazo desde su campo y el balón vuela, como un obús, hasta colarse en la portería.

Sus compañeros le abrazan. Qué bonitos son los abrazos a los jugadores que nunca meten goles.


El partido terminó pocos momentos después, y recuerdo a Lasa andando hacia el túnel de vestuario, las medias bajadas, mostrando las espinilleras, como si sus piernas no pudieran soportar la gloria del golazo que acababan de marcar.

Al día siguiente, en el recreo, todos los que éramos elegidos como defensas en los equipos fantaseábamos con tirar desde nuestro campo. Aún lo hacemos. Si Lasa pudo hacerlo, por qué no nosotros, algún día.

lunes, enero 20, 2014

Prohibido no difundir este post entre sus amistades

Veo en el tuiter de Miguel Sureda un cartel bellísimo que pongo aquí para todos ustedes:


Me encanta cómo se adelanta a los acontecimientos el autor (¿la voz de la experiencia pasada?). En realidad, que se adelante a lo que puede pasar nos cuenta mucho sobre la Naturaleza humana. Nos enseña dos cosas:

1) Que si prohíbes algo a la gente en un cartel, esa gente quizá quite el cartel para seguir haciendo lo prohibido, como si el hecho de que no estuviera el cartel le diera libertad para hacerlo. Si Dios no existiese, todo estaría permitido, versión casera.

2) Que si le prohíbes a la gente que quite la prohibición, la gente no la quita, y eso les obliga a cumplir la prohibición. Al introducir el metalenguaje en el cartel se logra que el propio cartel adquiera un carácter sagrado que lo hace imposible de arrancar por el posible infractor (sí, así es).

Qué inocencia. La del posible infractor, si hace caso al cartel. O la inocencia del que ha puesto el cartel pensando que va a funcionar, si el cartel finalmente acaba arrancado. Ojalá no ocurra eso, porque este es el tipo de cosas que te quitan la fe en la Humanidad. Escribes el cartel con la norma, proteges el propio cartel con una nueva norma, astutamente, y un sinvergüenza coge el antedicho y lo tira a la basura. O se lo fuma. Sin hacer caso del gracias ni del emoticono con el tipo guiñando el ojo que parece decir: venga, que nos conocemos; no me toques los c*jones (a menos que no sea un guiño sino un parche, en cuyo caso quiere decir: molo todo).

¡Ah, la Humanidad! Qué hijos de puta sois.

La composición del texto es mejorable, sin embargo, así que le damos un 7,6 en nuestro repertorio de carteles. Una pena porque podía haber optado al sobresaliente.

lunes, enero 13, 2014

Gases

Estaba yo el pasado viernes cenando coliflor en casa cuando me dio por pensar en a qué olían los escapes de gas.

Qué extraña y misteriosa es la mente humana.

Yo, la verdad, no tengo ni idea de a qué huelen los gases que usamos como combustible -estoy más especializado en detectar el olor a cocido-. El gas natural, el butano, el propano (¿usamos el propano como combustible? Miraría en la Wikipedia, pero seguro que alguno de vosotros lo sabe). El grisú. ¿A qué huelen? A veces me imagino que huelen a lo que huele el cianuro en las novelas de Agatha Christie, a almendras amargas. Que por cierto, ¿a qué huelen las almendras amargas y en qué se diferencian de las almendras normales y corrientes?

A mí estas cosas me producen inquietud, porque estoy seguro de que si hubiera un escape de gas en casa sería incapaz de reconocerlo (en casa o en cualquier otro sitio, vamos). Tengo un amigo que  se despertó por la noche, medio amodorrado (más de lo normal en la madrugada, quiero decir) y se dio cuenta de que había un escape de gas. Tuvo la presencia de ánimo de sacar a sus tres hijos y a su mujer de casa a tiempo. Resulta que les habían hecho una reforma en la caldera y algo habían roto, de manera que había un continuo escape de gas. Si me hubiera pasado a mí no estoy seguro de que me hubiera enterado. En realidad quizá no habría llegado siquiera a despertarme.

Música de tensión.

Dan ganas de comprarse un canario, como hacían los mineros, o de, si no creéis en la eficacia de los canarios, echar un vistazo aquí, una empresa que se dedica a la comercialización de detectores de gases. Entras a casa, huele raro, miras a ver si está vivo el canario (o lo que sea que usen estos señores para detectar gases) y ya actúas en consecuencia. Si el canario está vivo, te deprimes porque lo que pasa es que para cenar hay coliflor. Si el canario está muerto, te das la vuelta y te marchas sin mirar atrás. SIN MIRAR ATRÁS, esto es importante. Porque si hay una explosión inminente, que te pille molando.

¿Y a qué viene esto que os cuento? Supongo que en realidad quiero deciros dos cosas:

1) Habría que ver más a menudo el vídeo de Cool guys don't look at explosions:



2) Odio la coliflor.

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